Siempre me pregunto cuál es el origen de la responsabilidad. Por qué unos niños o niñas pasan absolutamente de todo y por qué otros tiemblan de ansiedad ante la posibilidad de haber olvidado la mochila o no haber hecho algunos deberes.
Me sorprende ver cómo desde tan pequeños existe esa dualidad. Por qué unos viven la vida ligeramente, casi flotando, y otros sienten algo de peso (el suficiente para colmar de preocupación la mente de un peque).
Recuerdo a una niña de unos 9 años. Estaba en cuarto de EGB. Era la víspera de un examen y, por la tarde, de pronto, se fue la luz en su casa. Recuerdo que buscó unas velas (tal vez las pidió a sus padres), las puso en el comedor y estudió la lección en la mesa de centro, encorvada ante la libreta.
Al día siguiente, cuando la señorita Teo (de Teodora) preguntó la lección, toda la clase adujo que no había podido estudiar porque había habido un apagón.
La niña, mi yo de 9 años, no dijo nada.
Con su lección aprendida a la luz de las velas.
Hoy día, unos cuantos años después, tengo la misma sensación. Esa urgencia de cumplir, de dejar el trabajo hecho. De colaborar si es preciso. Esa capacidad de ponerte un casco de bombero si ha aparecido un fuego. Aunque sin presiones y teniendo claro que no siempre toca hacer algo.
Y veo a mis hijas y ese germen de preocupación, esa ansiedad que a veces les quita la respiración, en la mayor parte de los casos injustificada, y no sé muy bien de dónde nace.
¿De lo que vemos en casa?
¿De algo que nos es transmitido vía genética?
Y hoy pienso en ello porque sigo viendo esa disparidad de apuesta, de servicio, de trabajo, en personas adultas. Personas que tienen un cometido y se permiten el lujo de no hacerlo a la espera de que otros, más tontos, más responsables, más como esa niña de las velas, lo haga por ellos.
Y me sigo preguntando por qué.
Quizás una de las conclusiones es que lo mejor es ser coherente con una misma y con tus valores y principios. Y felicitarnos por el trabajo bien hecho, aunque haya algún tonto que crea que se ha aprovechado.
¿Os ha pasado?
Al observar a mi hija siempre me hago la misma pregunta, ¿es genético sus comportamientos y/o podemos influirles tanto? Aún no tengo clara la respuesta.
Solo espero que no le ahogue en determinadas situaciones esa responsabilidad.
Gracias por escribir Isabel.
Desde luego que nos ha pasado. Nos pasa casi a diario. Y no aprendemos a decir que no, a poner límites, a hacernos "el tonto" y ver si otro lo hace. Y luego comprobamos que nadie nos lo agradece. Pero ... estamos satisfechos porque es lo que aprendimos de nuestros padres y cuando nos sentimos tan "pringaos" sabemos que ellos estarán muy contentos de que aprendimos la lección y el ejemplo que nos dieron.
¿Y nuestros hijos? Pues mi experiencia es que, aunque reniegan cuando les insistimos machaconamente en algo, al final lo aprehenden y lo ponen en práctica. Y estoy seguro de que, cuando se sientan angustiados por ese exceso de responsabilidad y se paren a pensar que bien podrían ser de otro modo, nos recordarán y sonreirán para sí mismos.
Gracias por tu texto. Me ha gustado mucho. Un cordial saludo