La memoria es caprichosa
No podemos dominarla pero sí podemos llenar nuestra vida de esos instantes que nos gustaría recordar
¿Qué tiene que tener un evento para ser recordado?
¿Cómo tiene que ser una vivencia para que llegue a ocupar un espacio privilegiado en nuestro cerebro? ¿Qué teclas debe tocar, qué música debe acompañarnos, qué olores… para que llegue a tener un protagonismo entre los cientos de estímulos que recibimos cada día?
El fin de semana pasado viajé a Madrid con dos amigas. Esos días compartidos de risas, anécdotas, kilómetros caminados, visita al museo de El Prado. Oxígeno puro. (Gracias chicas). Y bromeábamos con la idea de lograr anclajes, de conseguir que un momento, una sensación, se quedara para siempre en nuestras mentes para evocar ese momento escapada.
Hubo momento olores, momento sensaciones, momento risas… el tiempo nos dirá con cuál nos quedamos, qué estímulo concreto nos evocará ese momento, ese viaje, esa emoción.
La memoria es caprichosa y si miro atrás me pregunto por qué recuerdo con exactitud ese momento en que paseaba cogida de la mano de una profesora desconocida, mientras en mi otra mano reposaba el paraguas verde de margaritas. La altura de mi mirada sobre la valla de las casitas en esa calle es la única pista que tengo sobre mi edad y si rasco un poco más, que era el primer día de colegio en 1º de EGB. Veo con nitidez las líneas de los adoquines mojados de la acera. Y mi desconcierto al ir hacia otro colegio.
Hay una ley de la memoria que hace que las cosas de la niñez se queden fijadas para siempre.
Gabriel García Márquez. “Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
Por qué permanece en mí el momento exacto en el que aprendí a ir sobre dos ruedas en la bicicleta prestada de mi primo, sobre ese suelo de cemento gris y rojo. Veo en este instante la puerta negra de hierro, las flores blancas de la esquina - aún vive la misma planta en el mismo lugar -, el pedal que una y otra vez recibía mi pie. Y siento una vez más la solidez de mi insistencia.
Por qué viene a mí aquella noche de luna desde el borde de la piscina y por qué me acompaña de forma constante la imagen de las manos secas de mi padre. Qué tiene de especial la compra de aquel hula hop azul en la tienda cercana al colegio, por qué me veo a mí misma desde fuera, pequeña, custodiada por la falda de mi madre.
Caprichos de la memoria. Instantes que se quedaron congelados en un tiempo que nos acompaña allá donde vamos. Algunos duelen, otros emocionan. Porque dentro de ti eres exactamente igual que entonces. Aunque por fuera haya más capas, más arrugas, más metros de piel.
Dicen que no nos llevaremos nada de esta vida. O de esta fase terrenal. Que la experiencia, todo lo vivido, es lo que tiene importancia. Y por eso es importante hacer honor a la experiencia, cambiar la perspectiva si es necesario, ser conscientes de lo que es importante para nosotras, agarrarnos a esos pequeños placeres diarios, a esas pequeñas rutinas que nos dan oxígeno, que nos conectan con lo que somos, con lo que nos gusta, con lo que queremos.
A veces me pregunto qué momentos recordarán mis hijas. Qué pequeños detalles harán que su memoria seleccione uno y otros no.
La memoria es caprichosa. No podemos manejarla ni dominarla. Pero sí tenemos la capacidad de llenar nuestra vida de esas pequeñas cosas que nos gustaría recordar. De esos insignificantes instantes que en un momento dado fueron importantes para nosotras. Bien por la compañía, por la belleza, por lo que nos hicieron sentir.
Honremos la experiencia y llenémosla de cosas bonitas.
Feliz semana.
La memoria selecciona en función de las sensaciones, de lo doloroso de ese recuerdo...yo tengo muchos de pequeña, algunos muy duros y me gustaría que mi cabeza los evitara, pero no es tan sencillo. Trato de disfrutar de los buenos, eso si.
Magnífico artículo. Para mí, el olor de la niñez es el de la dama de noche de una casa cerca de donde vivía. Pasaba por allí en bicicleta, debía tener 8 o 9 años. Era el olor de la libertad.