Ando enredada entre dilemas estos días. Me gustaría tener la certeza del que no titubea; la seguridad de las personas que saben qué decir en cada momento y qué callar.
Cuando escribí la carta del domingo pasado y también al leer algunos de vuestros comentarios, fui muy consciente de la diferencia entre la austeridad de épocas pasadas y la abundancia en la que en líneas generales vivimos hoy en día.
En mi caso, fui testigo en mi infancia de una austeridad elevada al cuadrado, teniendo como referencia a personas que vivieron sin caprichos, sin abundancia. No nos faltó de nada.
Si ahora lo analizo, con mi visión actual, tampoco diría que repetiría punto por punto lo vivido, entre otras cosas porque mis padres se merecían más y porque tampoco son necesarios grandes excesos para vivir de una manera más mullida, con pequeños extras que te hagan más placentera la existencia.
No cabe duda de la influencia en mi vida de esa manera de desenvolverse. Hasta tal punto que me pregunto ahora, al observar el contraste con nuestra manera de vivir, si esa humildad fue la que me hizo saborear y valorar todas esas pequeñas excepciones, por pequeñas que fueran.
Recuerdo los cumpleaños con amigos en una época en la que los celebrábamos en casa. El mío junto con el de mi hermano, con el que me separan 11 días en el calendario, en torno a una mesa regada de gusanitos y sándwiches de Nocilla. La tarta, el rato, la fiesta, eran compartidas. También los amigos.
En la actualidad, con las articulaciones algo más ajadas (las mías, claro), invitan a mi hija pequeña a cumpleaños de amigas. En laser game, camas elásticas, cines y boleras. Todo ello aderezado con una merienda en una cadena de comida rápida.
Me pregunto qué efecto tendrá este non-stop mientras me veo repitiendo frases tales como No todo puede ser una fiesta - ¿realmente no?-, o Tienes que mejorar tu comportamiento si quieres ir a los cumpleaños. O Si estás apuntada a una extraescolar es para ir, no para saltártela con cada cumpleaños.

La crianza para mí es una cadena constante de dudas. Siempre me pregunto si lo hacemos bien. En muchos casos me da la sensación de que tiramos de talonario para hacer las cosas fáciles, para no mancharnos, para que no nos molesten, para pasar el trance, en una espiral del más difícil todavía. Del más y mejor. En mi caso me revelo y sigo optando por los gusanitos.
Es algo lícito, por supuesto, porque cada uno tomamos las decisiones en función de lo que pensamos y de lo que creemos que es mejor. Además, seguro que este cambio de patrones tiene una explicación. Tienen más amigos, los pisos son más pequeños, los progenitores trabajamos fuera de casa… lo que no facilita en absoluto las celebraciones caseras y nos invita a buscar alternativas más llamativas.
Pero lo que me chirría es esa vorágine de complicarlo todo un poco más y alejarnos de los placeres y las cosas más sencillas. Lo que me escama es que quizás corremos el riesgo de emitir el mensaje equivocado. Sobre todo en el caso de niños más festeros, menos inclinados al trabajo. Pueden llegar a pensar que lo tenemos todo, que pagando conseguiremos todo lo que queremos y que necesitamos una fiesta constante para estar entretenidos y para celebrar.
Y es que no dejo de preguntarme cómo conseguir que destaquen pequeños detalles cuando tienes el listón tan elevado. Y cómo tiene que ser un evento, un momento compartido, para que se quede clavado en el pecho.
Esta idea conecta muy de lejos con esa idea extendida de la cultura fácil. Con esa rebeldía de los más jóvenes contra el esfuerzo. Y me pregunto - la lista de preguntas es interminable, como podéis ver - cómo conseguir inculcarles que hay que perseguir lo que queremos, que el esfuerzo puede llevarnos a conseguir lo que nos proponemos.
No es una regla segura pero estoy convencida - tal vez es una creencia errónea - que si te esfuerzas en algo, que si eres constante, que si de verdad lo deseas y trabajas para lograrlo, tendrás más opciones de conseguirlo. Que nadie regala nada y que cada vez vivimos en un mundo menos exigente por un lado y más competitivo por otro.
Reconozco que tengo una visión algo pesimista y que me muevo entre la madre Grinch y la que se deja llevar por una inercia que no reconoce como propia. Y es que temo que dejen de soñar con lo imposible y se conformen con lo que no quieren.
No tengo la respuesta ni la solución pero sí muchas dudas.
Pd. Me parece curioso cómo unas normas parece que sirven para un hijo pero no para el siguiente. Cuando ya creías que tenías una cuestión más menos dominada, aparece el segundo o el siguiente para demostrarte que debes volver a encontrar el equilibrio.
Evolución constante. No hay otra.
Feliz semana.
Ay Isabel, te leía y en muchas cosas era como hablar de mi vida.
Nunca me faltó nada, a pesar de que éramos seis hermanos y mi abuelo vivía con nosotros. Mi padre se pasaba el día trabajando y mi madre ajustaba todo al máximo. Me siento muy orgullosa de la educación recibida, de cómo vivíamos esos cumpleaños en casa con la familia, los primos y los tíos, con gusanitos y sándwiches vegetales aunque otros lo celebraran de una manera más sofisticada.
Trato de hacerlo lo mejor posible y como madre también me cuestiono muchas cosas, pero si tengo claro algo, Isabel: no educo en relación a las masas ni a la sociedad que exige determinadas vivencias. Educo intentando que mis hijos valoren el esfuerzo que hacemos su padre y yo, que otras personas no tengan sus privilegios y sobretodo la suerte de vivir en un hogar donde se sientan contenidos y amados. Porque eso es lo que debería importarnos. Que los niños se sientan queridos, no por lo que reciben materialmente sino de una manera espiritual, que tengan la confianza de hablar sin miedos y de contar cualquier problema que les preocupe.
Me ha gustado mucho leerte. Perdona la extensión ☺️.
Un abrazo grande
Mira lo que he leído en la News de @maximo gavete jajajaj por lo menos no estamos solos. https://youtube.com/watch?v=fT2JtlKR7eg&si=L-ATdPHee2FZvJ0I