Cuando te conviertes en madre o padre escuchas muchos mantras.
Uno de ellos se centra en lo sano que es el aburrimiento. Deja que las criaturas se aburran, que ejerciten la imaginación, que activen la mente... Y lo haces.. o al menos lo intentas. Consigues evitar el uso de pantallas y recurres a la imaginación para entretenerlas el mayor tiempo posible.
Pero aún así, de vez en cuando, las niñas te abordan con el consabido “me aburro”.
En esos momentos yo les contesto lindezas como:
- el aburrimiento es muy sano,
o
- pues te compras un burro.
Ambas, como podéis ver, tan constructivas como innovadoras.
Y es que existe una dictadura con eso de tener a los niños entretenidos. A sus agendas maratonianas de actividades de las que – lo admito – no me he escapado, debemos sumar toda una serie de atracciones... los padres convertidos como dicen algunas voces en verdaderos parques de atracciones de sus hijos. Por descontado la cosa parece aún más absurda si la comparamos con nuestras propias infancias y el tiempo que dedicaban nuestros padres a jugar con nosotros. Pero ese es otro cantar.
Lo del aburrimiento de los niños lo tenemos claro pero ¿qué me decís del aburrimiento de los adultos? ¿Está permitido? O mejor: ¿está permitido no hacer nada? Emplear el tiempo en quedarte quieto, tumbado en el sofá, mirando el techo, o una serie. O simplemente una vista bonita. ¿Os lo permitís?
Desde hace tiempo vengo pensando que existe una nueva enfermedad, ahora que está tan de moda el tema sanitario, y es la enfermedad de la prisa.. prisa por recuperar el tiempo, prisa por aprovecharlo, prisa por tener tiempo de calidad, prisa por llegar a todo, prisa por tener a todo el mundo contento.
Justo acabo de leer algún artículo sobre esta enfermedad, que existe realmente. Pensaba que era cosa mía. Se llama Síndrome de la vida ocupada o Hurry sickness.
Prisa convertida en ansiedad cuando tienes un día libre y ¡oh, cielos! No sabes cómo aprovecharlo. No lo has programado... y sientes una especia de culpa por no estar exprimiéndolo a tope con un montón de cosas útiles y prácticas.
Y es que tenemos a nuestro alcance tantísima información, tantísimos estímulos, tantas cosas que aprender, que se ha convertido en un pequeño delito no tener ningún plan o, simplemente, estar. Y a veces nos llenamos de esas cosas: que si un curso de yoga facial, que si un curso de dulces navideños sin gluten, que si pilates en casa... y lo que no conseguimos es simplemente desconectar.
Y tú, ¿consigues relajarte? ¿consigues parar si te lo propones? Y lo que es más importante, ¿lo disfrutas?
A mi cada vez me lo pide cada vez más el cuerpo: no tener ningún plan y dejarme llevar sin culpa... ¡qué felicidad!.
Gracias por la reflexión, Isabel.
Me pasó como a ti... un día me cansé de sentirme culpable por no hacer nada y ahora intento disfrutar de vez en cuando del "dolce far niente".. ¿lo consigo?... a veces