Estoy esperando en el ambulatorio a que nos atienda la pediatra de mi hija. Una niña pequeña de unos 4 años sale sola del lavabo. Su madre, que espera sentada en el banco, le pregunta entusiasmada si ha hecho pis. Ante la respuesta positiva, todo un repertorio de vítores y alegrías se despliega a su alrededor.
Miro a mi hija preadolescente sentada a mi lado. Está leyendo un libro y es ajena a esa fiesta por un pis hecho a tiempo. Me pregunto en qué momento dejamos de celebrar hasta el más nimio avance. En qué momento entendemos que nuestros hijos e hijas ya no están para esas fiestas. En qué preciso instante aparece la barrera que nos indica que ya es momento para otras.
Quizás el ser preadolescente o adolescente va unido a esa seriedad que hace todo más pesado, a ese montón de obligaciones, a ese montón de expectativas. A ese cambio de patrón, al diferente efecto que provocan sus acciones en los adultos de alrededor: aquellos que reían y festejaban. Debe ser frustrante, o sorprendente. O un misterio indescifrable propio del extraño mundo de los adultos.
Escuchamos muy a menudo que los progenitores nos preparamos mucho para tener a nuestro bebé. Nos preparamos, nos concienciamos. O al menos lo intentamos. Y una vez pasada toda esa apuesta de ilusión, horas de sueño, enormes pequeños avances y juguetes desperdigados en todos los rincones de la casa, parece que pensemos que ya lo hemos conseguido. Que hemos logrado una victoria. Y que la guerra está ganada.
Y apartamos junto a los muñecos de goma de la bañera, algunas de esas sonrisas que venían de serie, alguna de esas ilusiones. Y añadimos tal vez un poco más de cansancio.
Miro a mi hija y entiendo por qué a veces me dice que no quiere hacerse mayor. Y recuerdo esa frase del personaje Alegría en la película Inside Out en la que afirma que quizás hacerse mayor es sentir cada día menos alegría.
Reconozco que estoy sensible y que me emocionó esa frase. Y presentí sin querer la presencia de otro personaje que se empeña en aparecer en la película aunque no le toca todavía: la nostalgia. (Me gustó la película).
Creo que olvidamos con facilidad lo que fue ser adolescente. El torbellino de emociones, de sube y baja, de ilusiones y miedos. El hecho de tener ante nosotras toda la vida por delante, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Intuir quizás que no todo es juego, que ya no son todo fiestas.
No estaría de más no perder esa inocencia de la infancia. La suya y la nuestra. Seguir celebrando. Incluso hacernos la ola a nosotras y nosotros de vez en cuando. No por hacer pis (no, por favor), pero sí por seguir avanzando, creciendo, aprendiendo. Por seguir dando pasos que para ellas o nosotras quizás siguen siendo un mundo.
A mí también me gustó y no podía parar de mirar a mi derecha, donde estaba...ella
A veces, es necesario que alguien te recuerde ciertas cosas. No sé exactamente por qué, pero hubo un tiempo en que me dio por hacer brindis constantemente, por cualquier motivo, por pequeño que fuese, cada vez que salía a tomar algo con alguien. Tampoco sé por qué dejé de hacerlo, pero con este texto me has convencido de retomar esa costumbre olvidada.