Que las voces te sean propicias
Llegan a nuestros oídos y a nuestro cerebro distintas voces. Mensajes que nos llegan e interiorizamos casi sin darnos cuenta.
Debemos estar atentas porque algunas de ellas sería mejor ponerlas en cuarentena.
Las hay indulgentes, incluso amables, cuando te sorprendes sintiéndote guapa en el espejo del ascensor y con mejor aspecto del que creías. O cuando te felicitas por haber sido más amable de lo que tienes por costumbre con esa persona que necesitaba una palmadita, o más resolutiva cuando has conseguido algo con lo que no contabas.
Las hay también comprensivas, que te alientan en ese momento de debilidad o de pereza absoluta.
Y las hay intolerantes, estrictas, un poco amargadas. Como esa que apela a tu cordura cuando la ilusión por alguna tontá te hace andar como de puntillas. Y te arrea sin piedad y te intenta amarrar a la tierra.
- ¿Adónde te crees que vas? - te espeta.
O
-¿Quién te crees que eres inspirándote en tal o cual persona?
Y es curioso cómo esta última es muchas veces la más fuerte. A la que solemos hacer más caso, la que consigue que te veas y mires desde fuera con unos ojos críticos, casi crueles. Una voz que nos deja un regustillo amargo, aún sin haber pasado nada grave o nada racional que haya podido presenciar el resto de la humanidad.
Muy a su pesar no hay que claudicar. Es imprescindible pelear para acallarla, para que venzan las otras voces, las que te hablan desde el corazón, con una mirada indulgente, casi amiga.
Hoy mismo tengo una mala sensación por una gestión que no ha salido como yo esperaba. Y sin darme cuenta, sin querer escuchar esa voz, me ha dejado un poso rancio y una mala leche que no aguanto ni yo. En estos casos lo mejor es dejar la ira pasar, ocuparte en otras cosas, ignorarla tanto como nos sea posible… porque pasará.
Y es que muchas veces oímos eso de que deberíamos hablarnos a nosotras mismas como hablaríamos a una amiga. ¿Conseguimos hacerlo? Yo creo que no. Somos muchas veces como la Sargento de Hierro o mucho peor. Pero hay que pararse y pararla, hacerla callar. Darnos cuenta de cuándo actúa. Porque si nosotras no nos hablamos bien, ¿quién lo hará?
Que la entrada de año te sea propicia, con sus muchas voces, incluso las amargas, a las que iremos domando poco a poco...