Historias.
Contadas una y mil veces.
Aderezadas a veces, dramatizadas otras.
Historias que explican tu origen, que sustentan quién eres hoy día; historias que hablan de tus ancestros, de tu familia, de aquellos a los que no conociste.
Historias que son al tiempo raíces y grandes copas, como un gran árbol que te cobija, como enormes sombrillas en un día de sol.
Historias hay en todas las familias; en todas las épocas. Pero no todas las familias las cuentan; no todas recurren a ellas para hacer un pequeño homenaje a sus mayores o para mantener vivos a los suyos en el recuerdo. O simplemente para evocar un pasado que para muchos fue mejor.
Como le dije a mi hija pequeña la otra noche:
- No todas las familias tienen historias...
Y es que la mía es de las que no han seguido la tradición oral, de las que no se han detenido a hilvanar la historia de las pasadas generaciones, como un pequeño tributo tal vez, como un homenaje.
Hay retazos escritos en papeles aquí y allá, recuerdos, fogonazos… algunas fotos en blanco y negro de un pasado humilde, pero nada tan fuerte como las historias mil y una veces contadas.
No tenemos sombrilla, ni paraguas, ni conocimiento de las raíces, ni antepasados que nos miren desde su atalaya. Nos aqueja una especie de orfandad, de no saber muy bien qué lugar ocupamos en el mundo. O no. Quizás contamos con un ejército de almas protegiéndonos desde algún lugar.
Al igual que las historias, hay ciertas rutinas, ciertas tradiciones que dicen mucho sobre nuestro origen. Nos delatan. Porque da igual cuánto hayamos evolucionado o crecido. Nuestro yo niño o niña sigue ahí, escondido, agazapado bajo unas capas de madurez.
El primer día de cole tras las vacaciones animaba a mis hijas con un “en nada retomamos la rutina”. Una rutina tan odiada como necesaria. La rutina nos mece, nos abraza, da estabilidad y seguridad tanto a críos como a mayores. Porque, aunque nos guste el mambo y un poco de montaña rusa, acogemos con candor el abrazo de lo cotidiano, de las pequeñas rutinas que componen nuestro día a día.
Justo hoy una amiga me comentaba que su hija adolescente se había disgustado porque habían llevado a cabo un rito familiar sin contar con ella. Y es que las costumbres familiares, los pequeños ritos, por simples que sean, nos ayudan a crear nuestra identidad.
Por mi parte acepto la rutina como animal de compañía siempre que sea con algo de movimiento y con sanas interrupciones que pongan algo de color al día a día o al horizonte más próximo.
¿Eres de las personas que acepta las rutinas? ¿O la aborreces?
Mi padre ha escrito un pequeño libro autobiográfico para que sus nietos sepan quiénes fueron sus abuelos y bisabuelos, porque un día se dio cuenta de que no sabía nada sobre los suyos... No es una historia completa, sino una simple recopilación de esas historias y anécdotas familiares que comentas y que nos definen...
Ah! y una amiga mía siempre dice: "Bendita rutina"...