Cuando era pequeña una de mis fantasías era ser invisible. Moverme sin que los demás me vieran; vivir situaciones que no estaban destinadas para mi edad. Poder ir de aquí para allá.
Ahora que lo visualizo y pienso en ello, además de ser invisible, parece que también podía volar. O teletransportarme para asistir a determinadas situaciones en las que yo no era protagonista. Mirar el mundo como espectadora de primera fila pero sin que me tocara demasiado.
Esa fantasía ha estado presente toda mi vida hasta el punto que, de tanto intentarlo año tras año, a veces creo que he llegado a conseguirlo. No la fantasía completa, por supuesto, sino un sucedáneo. No he conseguido volar, no he conseguido ser espectadora, ni ser invisible, sino - mucho peor -, ser transparente.
Se me cuelan las personas mayores en las colas de espera del supermercado, los coches no me ven cuando voy en la moto, si pongo algo en el grupo de WhatsApp del colegio a veces no obtengo respuesta; cuando entro en el cole entre la muchedumbre sigo siendo transparente.
Y, sinceramente, entre tú y yo, ya no le veo tanto la gracia.
Se habla a menudo de la capacidad de los niños de enseñarnos cosas a las personas adultas. Su manera de ver el mundo, con un filtro diferente, con menos prejuicios tal vez, con una mirada despojada de capas y capas de experiencias, de alegrías, de tiempo.
En casa tenemos perfil de usuario en algunas plataformas de contenido multimedia. En ellas, el usuario es Pablo. Y yo entro a través de su icono. Las niñas desde hace un tiempo han creado perfiles de cada miembro de la familia. Con avatares diferentes. Y me han creado mi propio perfil. Con una imagen que suele ser una guerrera. Nada parecido a una princesa. Bien, vamos bien.
Lo curioso es que han tenido que ser ellas las que me digan que yo tengo que tener mi propio usuario. Que tal vez tenga mis propios gustos o me interese que la plataforma recuerde qué contenido puede ser de mi preferencia. Es un ejemplo tonto, un detalle sin importancia, pero es cierto que muchas veces las personas tendemos al “da igual”, “no importa”, al “lo que tú quieras, me da lo mismo”. Y es mentira.
Lo que ocurre es que en muchas ocasiones primamos la armonía al debate. Y no lo digo porque haya disputas, ni mucho menos. Lo digo porque quizás las personas que tendemos a la invisibilidad damos un paso atrás, lo dejamos estar. O, también puede ser, no le damos ninguna importancia a determinados detalles. Como que tu coche te reconozca. El nuestro tiene detector de conductor. Yo todavía no me he presentado. Y, por supuesto, no me saluda al entrar.
El caso es que seas del tipo que seas. Tanto si grabas a fuego tu identidad en cada cosa que haces como si pasas por la vida de puntillas, tienes tu sitio. Un sitio lleno, enorme, una luz palpitante para muchas personas que tienes alrededor. Seguramente compartas tiempo estos días con ellas.
Dale importancia a ese espacio, a esa presencia, a lo que tú representas. Tanto si eres guerrera como princesa. Tanto si sabes volar, como si no.
Feliz Navidad, mucho amor y más risas.
De este finde no pasa sin que te registremos para que el coche te saludé al entrar....no da igual
Isabel!!! No pasa nada si la gente, a veces, te hace sentir así. Cuando he leído lo del colegio y el chat, he levantado la mano 🤣. Las personas, todos, vamos a lo nuestro y no nos damos cuenta de que alguien puede necesitar una caricia al alma.
Gracias por esta publicación, espero que tengas una noche muy feliz junto a tus familiares! Un abrazo!