¿Qué pasa con las letras que no se escriben? Con las palabras que se quedan en el tintero, con las tramas que no se desarrollan.
Ahora que lo pienso, había una canción de Víctor Manuel que decía algo similar, pero hablando de besos y arrumacos.
¿A dónde irán los besos que guardamos, que no damos?
¿Dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?
¿Dónde irán tantas cosas que juramos un verano?
Bailando con la orquesta, prometimos no olvidarnos
Hace unos meses empecé a leer la última novela de Dolores Redondo Esperando el diluvio. La empecé por la noche, en la cama. Lo recuerdo con exactitud por el gran impacto que me causó la dedicatoria:
“A mi amigo el escritor Domingo Villar, que se fue mientras yo terminaba esta novela. También creo que al otro lado hay sol, tiene que haberlo para personas como tú”.
Me quedé en shock y no pude seguir leyendo. Busqué en Internet y comprobé que Domingo Villar, uno de mis escritores favoritos y del que había leído casi toda su bibliografía, había fallecido.
Esperaba una nueva novela con ilusión, sin buscarlo, es cierto, pero con el buen recuerdo de sus letras. Con ese cosquilleo que da saber que pronto tendrás algo bueno para leer.
Me aficioné a la novela negra hace varios años con clásicos como Maj Sjöwall y Per Wahlöö, una pareja de periodistas y escritores suecos, que escribieron entre 1965 y 1975 una serie de novelas sobre el inspector Martin Beck. Esta pareja se convirtió en el referente principal para las posteriores generaciones de escritores suecos de novela negra.
Después, Lorenzo Silva y su pareja de guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. Los he leído todos. Y en ese periplo descubrí a Domingo Villar y a su comisario Leo Caldas.
Ojos de Agua, primero. La playa de los ahogados después y El último barco, su última novela.
He regalado alguno de estos libros y los recomiendo.
Creo que en mi niñez debí de perderme la lección en la que nos enseñaron que la muerte forma parte de la vida. Porque aún no lo capto. No lo llego a entender. Y por ello me pregunto ¿dónde están las historias que nos tenía reservadas? ¿Dónde están las historias que se quedaron sin contar?
En los retos de fotografía que hago en verano (con mucha voluntad y pocos conocimientos) he aprendido la importancia de captar el momento exacto de la luz. La ves un segundo, te preparas, avisas a tus modelos improvisadas... y ya ha pasado. Se ha desvanecido. El momento pasa, tan rápido y silencioso como llega.
No han sido pocos los atardeceres perdidos por no bajar a tiempo de la bicicleta o del coche, los reflejos diluidos, las imágenes captadas sólo por tu retina. Un instante.
Nos parece que siempre está ahí, que no va a haber diferencia entre un momento u otro, pero pasa. Fugaz. Como los momentos auténticos. Como la vida a veces. Por ello es bueno aprender a valorarlos, a captarlos, a tener la sensibilidad para entender cuándo un momento con alguien es especial y no desaprovecharlo.
Así los guardaremos en el corazón. Como las buenas historias. Esas que nos llevan lejos, que nos hacen disfrutar.
Tan frágiles como pompas de jabón.
Pd. Celebremos las letras y las buenas historias. Las que nos hacen evadirnos, las que nos llevan lejos. Gracias Domingo.
Hace poco alguien me dijo, ojalá pudiéramos hacer fotos con los ojos de los instantes que nos impactan, que nos tocan para poder volver a ellos cuando queramos o lo necesitemos. Ojalá pudiéramos volver a determinados momentos y decir lo que se nos quedó atravesado en la garganta...Ojalá.
Me apunto todas esas recomendaciones!!!
Y me dejas pensando....