En las últimas semanas he sentido contradicciones a la hora de escribir.
Tengo cerca de mí a personas que o bien tienen problemas de salud o tienen a personas cercanas con una situación complicada. De esas en las que no encuentras palabras de consuelo o de ánimo.
Ante ello, me siento demasiado banal, excesivamente trivial. Como si cualquier palabra que pudiera escribir, como si cualquier preocupación que pudiera compartir fuera absurda.
Cuando alguien pelea por su vida o cuando una persona tiene a un ser querido sufriendo, todo lo demás, TODO, deja de tener importancia. Como si la vida ocupara un lugar diferente, como si tuviera una luz distinta, una amplitud mucho menor.
Hace unos días, en plenas Fallas, me avisaron del fallecimiento de una compañera y amiga de otro tiempo. Hacía unas semanas había estado a punto de mandarle un mensaje extrañada ante su ausencia en redes. Era una persona vitalista, llena de energía, con ganas de disfrutar la vida. Se describía a sí misma como disfrutona, calificativo del que hizo gala durante los años que tuvo que luchar compartir su vida con la enfermedad.
El anuncio de su partida me sentó como un mazazo y me hizo tambalearme una vez más. En la app de Substack publiqué la siguiente nota:
Y es que llevo días pensando que la vida es eso. Es algo tan grave y tan solemne como un entierro o un funeral, la enfermedad de un ser querido, la soledad de una persona que no tiene donde agarrarse, el dolor por una separación, la rabia por una situación injusta en el trabajo, la ansiedad por no encontrar empleo, la prisa por crecer de un adolescente, el ansia de preguntar de los críos cuando tienen todo por descubrir, la desdicha inexplicable que a veces podemos sentir.
Algo tan inocente y tan puro como la piel de un bebé, la risa de mi hija porque he conseguido imitar a un animal, su entusiasmo porque va a tintarse el pelo en las fiestas del colegio, el salto en los charcos, el olor a pan recién hecho en las puertas de un horno, las ganas de sentarte en el sofá cuando llegas a casa después de un día horrendo, las risas con las amigas, la felicidad de un atardecer en un lugar bonito, la soledad buscada, el abrazo de un amigo, el silencio cómplice cuando no hacen falta palabras, el placer de ese cóctel en una hamaca o de esa cerveza bien fría en una tasca.
La lista, tanto de cosas dolorosas como de cosas bonitas podría ser interminable. No quiero dejar de nombrar el descubrimiento de un lugar nuevo, el sentirte en casa, la curiosidad por conocer, la ilusión por un nuevo proyecto, el cansancio al final de un día de celebración, el descanso cuando lo necesitas, la música, una taza de té… Que alguien te espere, unas margaritas blancas; ser recibido como en casa en un hogar ajeno. Descubrir la risa de otra persona. Conectar con alguien. El dolor de barriga de tanto reír. Hablar y compartir. Ser escuchado. Su mano. Su voz.
La vida es exceso y es locura, contradicción y rutina, alegría y dolor. La vida, toda ella, siendo vida.
Con sus subidas y bajadas, con sus vaivenes.
Con sus montañas rusas.
La vida. Implacable. Con sus amaneceres y sus atardeceres.
La vida que sigue, que no se detiene.
Vida que es sufrimiento.
Y delicadeza.
Y ternura.
Y una canción de cuna.
La vida es esto. Casi nada y casi todo.

Pd. Creo que la primera vez que leí la referencia a la vida siendo vida fue en un texto de Enric Sánchez.
Pd1. A veces, cuando ves que otra persona lo está pasando mal, te sientes con la obligación de aprovechar, de valorar, de vivir incluso. Creo que nos podemos permitir un mal día, una temporada regular. En mi caso intento hacerlo sin perder de vista que vivir es un privilegio.
Tan bien escrito que me dejas sin palabras. La vida es maravillosa. Tal cual.♥️
De los textos más bonitos que he leído hasta ahora.
Gracias 💖
La prima 🤗