Tímidos rayos de sol se cuelan entre las ramas de las moreras. El arrullo de las tórtolas acompaña los primeros movimientos, el despertar de los habitantes del camping. Cremalleras que se deslizan, pasos en la grava, tímidos good morning al cruzarte con alguien camino al aseo.
Hace unos días salimos con la caravana, una apuesta familiar que hicimos el año pasado tras un ir y venir de ideas.
El otro día escuché una frase cerca de nuestra caravana:
—Prefiero pagar 200 euros en un camping que 100 en un hotel.
La frase provenía de una parcela llena de cachivaches. Muy lejos del orden impoluto exhibido por los huéspedes del resto de Europa.
¿Qué nos gusta de la vida en un camping? ¿Qué nos suele atraer?
Las niñas ya se han enganchado. Se les ve contentas, listas para la siguiente actividad, ávidas de piscina, de juegos, de conocer a otros niños. Con ganas de fregar los platos en los lavaderos compartidos, con ganas de explorar y hacer cosas diferentes.
Para mí, uno de los atractivos del camping es la vida al aire libre, tener el cielo como techo.
El despliegue de actividades del día a día se realiza sin pudor en unos metros cuadrados. Aquí el código cambia. Puedes ir al baño en pijama y con la cara llena de rayas de la almohada (glamour cero). No tiene más importancia.
Tu cuerpo se relaja, ves aquí y allá a personas leyendo - amazing-. Las niñas asumen que no hay tele. Que hay juegos, que hay charla. También riñas, por supuesto.
El paseo entre las calles te permite ver los diferentes horarios. Y personas que en tu finca ni te saludarían, aquí te dan los buenos días. Es como formar parte de una pequeña comunidad, con tu espacio, con una zona acotada donde los más pequeños ganan en autonomía e independencia, con tus hamacas y tus bebidas frías.
Y, por la noche, cuando el agotamiento les cierra los ojos, se meten en nuestro pequeño refugio. Toda la familia en un mismo espacio.
Durante nuestra estancia, le pedí a mi hija que reflexionara acerca de las razones por las que le gusta el camping. Por supuesto no dedicó ni dos segundos:
—Me gusta porque jugamos a las cartas y dormimos todos juntos.
Grandes razones ambas.
Cuando decidimos realizar la inversión y la apuesta pensamos en ellas. En la edad que tenían. En la oportunidad de compartir experiencias y viajes. En que esta vida te permite estar en contacto con la naturaleza, en que de algún modo te acerca al suelo, te acerca a lo que eres. Aquí no puedes fingir demasiado. Vienes con lo puesto.
Para nosotros, los adultos, es un ejercicio de convivencia, de ceder espacio a cierto descontrol, de soltar lastre, de obviar los “por si acaso” y dejarse llevar. Nos falta mucho que aprender. Pero estamos dispuestos a intentarlo.
Esta vida tiene algo de nómada. Y para ser nómada hay que entrenar.
Y hay algo que me ha sorprendido. Veo a las parejas de jubilados europeos. Muchos de ellos con movilidad reducida, muy mayores. Y viajan kilómetros y kilómetros y siguen haciendo planes, con sus parcelas decoradas al milímetro, buscando estar a gusto. Con sus bicicletas eléctricas. Con sillas de ruedas algunos de ellos.
Y me asombra y me admira.
Porque aunque son mayores siguen viviendo.
Porque siguen viajando.
Porque siguen haciendo planes.
Quizás conocéis a muchas personas así pero me asombra porque a mi alrededor veo que en muchas ocasiones se asocia la vejez con la rendición, con el “ya está todo hecho”, con el “para lo que me queda”. Quizás por un erróneo sentido del ridículo, quizás por el qué van a pensar los demás.
Y viendo esto, confirmo que todavía hay mucho que hacer.
Porque la vida es aquí y ahora. Y vale la pena vivir el presente y disfrutarlo.
He sentido que estaba yo también en el camping. Me ha gustado mucho🥰. Gracias 😘
La vida campista es la vida mejor… siempre recordaré a mis padres por esas acampadas y viajes por Europa con la caravana. Esos viajes y días que se iban improvisando a media que transcurrían…. Sin duda ninguna estáis dando experiencias inolvidables a tus hijas. ¡Enhorabuena por atreverse a ser campistas !