El pasado mes de junio tenía una cita. Una comida con mis compañeros de promoción. Con algunos de ellos mantengo el contacto en el ámbito profesional, otros forman parte de un grupo de amigos de esos con los que puedes contar aunque no te veas a menudo, y los demás, la gran mayoría, son personas a las que no había puesto rostro ni seguido el rastro en casi treinta años.
Ante tal cita, es curiosa la cantidad de pensamientos martilleantes que se agolparon en mi mente. Cerré una cita con la peluquería «no vaya a ser que me vean las canas», me pregunté si me verían más vieja, más gorda… peor. Como veis, nada constructivo. Un claro ejemplo de cómo muchas veces nuestra mente nos boicotea y de cómo le dejamos hacerlo.
El caso es que allí me fui. Me alegré mucho de aquella comida. Personas a las que aprecias sin saberlo, con las que compartiste cinco años, de las que te interesa saber qué ha sido de ellas en esos casi 30 años. Tras la carrera, cada uno había tomado un camino. Entre las profesiones finalmente escogidas destacaba la enseñanza, el marketing, la escritura, el Big Data, la gestión inmobiliaria y la comunicación. Pasamos 7 horas juntos y nos dio tal subidón que al día siguiente empezamos a preparar otra quedada para el mes de octubre. En plena resaca de reencuentro.
En muchas ocasiones, instalados en nuestra rueda de hámster, dejamos para más adelante la oportunidad de ver a esta o a aquella persona. O las vemos sin detenernos demasiado, dando por hecho rutinas y temas cotidianos. Sin pararnos realmente a escuchar, a ir un poco más allá. Y nos perdemos un montón de cosas buenas en ese no intercambio de información.
Escuché a María del Monte una frase en una entrevista con Jordi Évole.
‒No tenemos tiempo para ir a un café pero sí para un tanatorio. Menos tanatorios y más cafés con la gente que quieres.
Al principio, no pude más que coincidir con esta afirmación. Después, tras rumiarla un poco, pensé que al tanatorio vas sí o sí para acompañar a esa persona querida en un momento duro. Para mostrar que estás ahí, que te importa. A los cafés no vas por esa manía de pensar que habrá más oportunidades, un ya lo haré otro día, un ya veremos mañana.
La fecha del tanatorio, sin embargo, no se va a repetir. Es un punto y final para alguien que se va y un punto y aparte para muchos de los que se quedan. Somos conscientes racionalmente de esta realidad. Sabemos que tal vez puede que no haya otra oportunidad y, sin embargo, en nuestro avanzar diario, postergamos en muchas ocasiones lo que nos aporta un poquito de satisfacción.
Escucho a mis amigas hablar de reencuentros familiares o con amistades tras muchos años separados por esas rencillas cuyo origen ni se recuerda y todas coinciden en la sensación de volver a un terreno conocido, a un lugar cálido en el que te reconoces. En la sensación de estar con tu gente, de recuperar una parte que, sin saberlo, echabas de menos.
Me considero una persona más bien solitaria, que habla más para dentro que para afuera (ups), pero creo que los momentos compartidos con personas a las que aprecias permanecen en la memoria, que el cuerpo y el alma agradecen el contacto, la conversación, el interesarse por otra persona y que se interesen, de verdad, por la tuya.
En definitiva, que la vida compartida con buenas amistades es más vida.
PD: Llega un tiempo un poco distinto en este verano viajero. No sé si podré escribir en los próximos días. Feliz verano
A veces, encontrar (o conservar) a las personas adecuadas para esos cafés es lo más difícil.
Pero, como persona tendente a la soledad yo también, suscribo tu carta: más contacto humano y más contactos genuinos.
Pues sí. Había un anuncio, no recuerdo de qué, en el que contaban las oportunidades de que nos quedaban en la vida para tomar un café con amigo X y realmente eran muy pocas. No aprendemos...