La realidad supera a la ficción. Es una frase manida, lo sé. Una frase que utilizamos en ocasiones para mostrar sorpresa, para incidir en lo extraordinario de un suceso. Cuando esta frase se utiliza para describir algo negativo, nos referimos, desgraciadamente, a algo especialmente duro.
El jueves pasado se produjo un devastador incendio que arrasó dos edificios de Valencia. Sorpresa, incredulidad, angustia, miedo, pavor, impotencia… son algunas de las emociones que vivimos los que contemplamos tremendo espectáculo.
Es difícil imaginar lo que esas personas, las que lograron salir de allí, deben de sentir. Es devastador presenciar cómo algo que forma parte de tu vida, de tu historia; algo que ha sido tu refugio y el escenario de tu existencia, se volatiliza.
No me voy a acercar ni por un segundo a lo que las personas afectadas están sintiendo. Mucho menos al horror de las que no lo consiguieron. No soy capaz. Desde el suceso, del que fui avisada por Instagram sin ser consciente de la magnitud que iba a tomar, no he podido dejar de pensar en su dolor.
Cuando la desgracia golpea cerca, hay un velo de tristeza que lo cubre todo. Todo te es familiar, siempre hay alguien cercano que conoce, que sabe, que estaba presente, que conocía a… Y de alguna manera el suceso te golpea también. Y la ciudad entera se estremece, dolida y pillada por sorpresa. Cubierta por una tristeza tan profunda y gris como el viento que sigue soplando, sin misericordia.
Me quedo con que la vida de pronto te puede voltear. La vida, con esa capacidad de convertirse en una maga, que cambia lo bueno por lo malo, lo rutinario por algo totalmente excepcional. Y te muestra una realidad completamente distinta en segundos.
Me quedo con que la vida es frágil. Y un milagro. Algo que debemos honrar día a día. Me quedo con el prodigio que es estar aquí, en las olas de la vida, y estar bien.
Ante sucesos así, te amarras a lo que tienes. A ese techo que te cobija, a esa cama que te arropa por las noches, a la rutina tonta de una comida compartida. A tus pequeñas cosas. Y tomas consciencia de tu propia fragilidad. De tu pequeñez.
Ante desgracias así, de pronto se eleva un tsunami de solidaridad, en forma de personas que desean aportar su granito de arena para ayudar. Casales falleros que se organizan para recibir donaciones, organizaciones que se ponen a disposición de las víctimas… una marea humana que se movilizó ya en la misma tarde de la tragedia y continúa hoy, totalmente vivo, mientras recibes y reenvías mensajes de whatsApp con la información sobre dónde es posible donar, como una inmensa cadena humana que quiere contrarrestar el dolor, el vacío, el horror.
Cuando un mal afecta a muchas personas, cuando hay una desgracia que está fuera de cualquier control, surge un sentimiento de hermandad, de solidaridad. Un vamos a ponernos en marcha, vamos a ver en qué podemos ayudar. Y es que cuando nos juntamos podemos mover el mundo, o al menos, podemos intentar arrojar un poco de luz allí donde hay tanta oscuridad.
Gracias por estar ahí.