La música nos toca
Tiene la capacidad de cambiar nuestro ánimo, nuestro humor, hacernos llorar de alegría o de desesperación, llenarnos de ilusión, aunque sea de forma puntual.
Escucho la voz rasgada de Aretha Franklin mientras apuro los últimos minutos de la tarde de un viernes.
Mi mente está tranquila, pero algo en mi pecho me pide marcha, salir a respirar, a correr, a saltar… y me veo a mí misma botando por la calle con los pelos al viento.
-Aguanta, le digo. Hay cosas que hacer.
https://www.youtube.com/watch?v=6FOUqQt3Kg0
Y la música me arrastra, me atrapa, me absorbe. Cómo será eso de poder cantar con ese chorro de voz, cómo será poder exorcizar todos los demonios con unas notas, cómo será contagiar a los demás tu energía gracias a tu voz.
El talento nos rodea, nos envuelve, es capaz de crear magia a nuestro alrededor. Tiene la capacidad de cambiar nuestro ánimo, nuestro humor, hacernos llorar de alegría o de desesperación, llenarnos de ilusión, aunque sea de forma puntual. Tiene la capacidad de cambiar la energía de todo un recinto.. electrizar a un montón de personas totalmente desconocidas que conectan en una misma onda. Quizás solo en ese momento, quizás solo por esa noche.
Y es que la música tiene un súper poder. Que puede encumbrarte o pisotearte.. como en esos momentos en que nos sentimos hundidos y nos regodeamos escuchando música con la temática que nos emponzoña el alma en esos momentos, ya sea una ruptura, un desengaño, o un día chungo en el trabajo.
Yo soy de esas.. de las que refuerza su energía tanto para bien como para mal con músicas que me han acompañado en malos momentos. Hay gente que lo evita.. yo creo que lo hago para sacarlo todo de golpe. Otras veces me fijo en esa música más chunga sin yo buscarlo. Viene a mi encuentro.
Músicas como olores, con esa capacidad de transportarnos a otros lugares, a otros momentos vitales, con otros extras en nuestras vidas, con una historia distinta, con otros yo. Porque nuestro yo va cambiando y se va amoldando. ¿O no? ¿O siempre somos las mismas? No lo sé.
La música nos toca la patata
Durante las vacaciones de Navidad La Central llenó de contenido el Parque Central de València. Una de las tardes que salí a rondar con la bicicleta pasé por allí a la vuelta, justo en el momento en que un pianista vestido con un mono blanco tocaba una melodía en medio de una fuente.
Detuve mi marcha y me quedé a verlo. Al son de la música un humilde espectáculo de chorros en la fuente acompañaba la melodía. Al principio ni siquiera vi al pianista. Tan solo escuchaba la música. No puedo decir qué tocaba, ni siquiera puedo recordar la melodía pero su música me recordó a mi padre y los ojos se me llenaron de lágrimas. Estuve allí solo unos minutos y me marché.
Un rato más tarde, ya en casa, mi hija pequeña vino a decirme algo. Ella y su hermana habían estado esa misma tarde con sus primos en el Parque Central. La peque se acercó a mí en el sofá y me dijo:
- Hoy en el parque he escuchado una música al piano y he recordado al yayo. Y me he puesto a llorar.
Me pareció muy curioso que las dos hubiéramos conectado esa melodía con mi padre, que no tenía mucho que ver con ninguna música en concreto. Sentimos las dos lo mismo, conectadas en la misma onda.
Nos abrazamos fuerte. Yo no le dije que me había pasado exactamente lo mismo.