La felicidad - tal vez debería decir la felicità - se viste de gondolero.
Con su camiseta de rayas blancas y negras, con sus pantalones oscuros, con su sonrisa pícara.
La felicidad juguetea, coqueta y traviesa. Y se esconde, pizpireta y lozana. Le gusta moverse. Le gusta cambiar de aires.
La felicidad, a veces esquiva.
Quizás es una parte más de nosotros que necesita ser paseada, alimentada, zarandeada. Para que se nos caigan las hojas ya resecas, los mitos antiguos, las sonrisas que ya no sirven, el cosquilleo en el estómago que ya no mariposea. Y dar paso a brotes nuevos, a ilusiones por estrenar, a proyectos que ilusionen, a suspiros con un aire diferente. A nuevos yo.
La felicidad se viste de gondolero. Y hace piruetas en el agua. Y gira y da la vuelta. Es capaz de navegar por sitios estrechos, por donde casi no pasa la luz; es capaz de ser sinuosa y cauta; de sortear obstáculos y diminutos puentes. Tiene la capacidad de pasear a tu lado sin que la percibas siquiera.
Si no prestas atención, si no tienes la sensibilidad a flor de piel, si tus sentidos no están alerta, es posible que te lo pierdas, que no la percibas, que dejes pasar la oportunidad de sentirla.
La felicidad y sus mil disfraces.
La felicidad y sus mil idiomas.
La felicidad y sus pequeños caprichos.
Nos empeñamos en buscarla en grandes gestos, logros o acontecimientos. La situamos como protagonista de grandes expectativas. La esperamos, inquietos. Idealizamos su llegada y el tiempo que se quedará con nosotros.
Y, en ocasiones, descubrimos que la dicha es tener la sensibilidad suficiente para saber qué nos emociona; para acercarnos un poco más a las cosas que nos hacen sentir, que nos llevan a otro estado de ánimo. Y nos sorprendemos porque la felicidad quizás consiste en estar en calma, en lograr pequeños trazos de ilusión, pequeños jirones de alegría. Pequeñas victorias.
En las últimas semanas he escuchado que no somos nuestras emociones ni nuestras creencias. Un pensamiento poderoso que nos otorga un poco más de control. Quizás, tal vez, si viéramos la felicidad como una parte de nuestra vida que podemos moldear, que podemos alimentar, cuidar o mimar, estaríamos más cerca de sentirla.
La felicitá en este caso ha consistido en una escapada a Venecia. Habría dicho un paseo pero hemos dado cientos. Un paréntesis en la normalidad para sentir una ciudad llena de vida anclada en el tiempo. Para pasear al artista en una ciudad fascinante, misteriosa, decadente y eterna.
Pd: Para las personas a las que le guste viajar, un nuevo plan significará ese germen de ilusión que da paso a mil emociones. Para otras personas serán otros planes, otros proyectos. Pequeñas ilusiones.
Qué bonito escribes Isabel! La he visto… he visto la felicidad en este momento ….leyéndote. Gracias!
Hermoso Isabel. Ver la felicidad en cada rincón de nuestras vidas. Para mi la felicidad es un camino, no un destino. Bajo esa premisa disfruto del amanecer, del atardecer, de las sábanas limpias en mi cama, de despertar cada mañana, y la lista sería interminable. Ahora quiero ir a Venecia no más de leerte. A seguir disfrutando y viniendo