¿Qué te inspira? ¿Qué te mueve?
La belleza.
Un lugar cuidado, espacioso, donde los elementos han sido escogidos con mimo. Donde cada detalle te hace sentir especial.
La belleza de las cosas, de un espacio, de un momento. Belleza que te pellizca en el pecho.
Una iluminación, un entorno, la sensación de paz, el sonido de los pájaros, el olor de la lavanda, tu piel caliente bajo un suave sol de primavera; el movimiento de las ramas de los árboles, el silencio, unas notas musicales, una buena compañía …
Recuerdo no demasiados momentos así, pero sí algunos. Muy intensos. En que fui consciente del privilegio de existir, de mirar, de sentir.
En Mallorca, por ejemplo, durante aquellos desayunos rodeada de olivos, de paz, de calma, con mi té esperando en la mesa, bajo un sol todavía tímido. En Egipto, en aquel crucero por el Nilo a un ritmo pausado. En Venecia, integrados como lugareños recorriendo lugares que no estaban en los circuitos turísticos. En una parada espontánea en un acantilado en Bretaña, escuchando una gaita como música de fondo…
Pequeños momentos en viajes grandes, pequeñas excepciones de silencio entre el ruido de la prisa, de la organización, de las ganas de ver. Destellos de felicidad. Y recuerdos que iluminan tu cara y te plantan la sonrisa.
Puede parecer que hay lugares que son más propensos a la belleza, a la sensibilidad, al detalle. Pero creo que hasta el más sencillo puede despertarte una emoción.
Recuerdo que hace algunos años, cuando preparábamos algún viaje, Pablo se burlaba de mí porque yo quería hoteles “con encanto”. En aquel momento mi reivindicación me parecía quizás banal. Tal vez no la había analizado. Pero tenía muy claro que la belleza puede elevar la experiencia de un viaje y hacerlo inolvidable. Y al contrario.
Hay viajes que se recuerdan con cierto resquemor por el sitio en el que te has alojado. Y otros que se elevan en tu mente precisamente por lo que ese sitio te hacía sentir. Porque formaba parte de la experiencia, porque te hacía sentir bien.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta de la importancia de rodearte de cosas y personas bellas. Sigo, por cierto, pidiendo hoteles, rutas, momentos con encanto… consiguen que un viaje tenga momentos inolvidables.
Y es que la belleza te nutre, te hace sentir mejor, te llena, te enriquece, te aporta, te hace crecer.
La belleza como un objetivo tan lícito como cualquier otro. Belleza como finalidad, como modo de vida. ¿Por qué no?
Calma y Naturaleza, pausa y olivos, ritmo lento y cielos amplios, sosiego, agua, Sol y pájaros, música en la brisa... Hallamos lo Bello cuando esos elementos se entrelazan, cuando nuestra presencia se templa y dejamos que la mirada advierta y se maraville con lo que Hay, con lo que Es.
Allá afuera, immmersos en los elementos, donde la huella humana pasa inadvertida, resulta más fácil conectar con esa Belleza sencilla y majestuosa. En cada milímetro y en cada horizonte podemos admirar un templo de vida y de inteligencia, de historia y transformación.
Cuando en un espacio (y tiempo) humano convergen esas cualidades, las que nos hacen sentir que formamos parte de algo mayor e increíble, las que nos reflejan nuestra propia maravilla -la Belleza que somos-, surge un destello de claridad y de dicha. Hinchamos el pecho. Sonreímos. Y lo vemos todo con ojos nuevos, aunque sea por unos instantes. :)
Calma. Suavizar el ritmo. Permitirnos estar Aquí.
Y Naturaleza. Reflejarnos. Admirarnos. Darnos cuenta de quienes somos.
Es así de sencillo.
Gracias por inspirarnos, Isabel.
Yo también reivindico la belleza como fin en sí mismo.
Me encantó!