Veo un video musical. Aparece el público con mascarillas. Se me pone un nudo en la garganta.
En la clase de inglés hablamos monotema de la pandemia. Se ha cumplido un nuevo aniversario. Comentan lo que hicimos, cómo nos sentimos, cómo lo vivimos, la revolución que supuso. Yo no hablo. Se me pone un nudo en la garganta.
Recuerdo una lluvia impertinente a la que no estamos acostumbrados. La humedad, los días grises, el frío que calaba las paredes. El miedo, la incertidumbre, una situación que nos igualaba a todos.
El no saber actuar, el no saber comunicarnos con los nuestros. Recuerdo una foto que nos mandó mi madre. Desmejorada, triste, con una soledad que traspasaba la mirada, con un cabreo monumental por dejarla sola. Con un rechazo a lo que hacíamos: intentar llevar una vida medio normal entre cuatro paredes.
Reconozco que no soy capaz de pensar en la pandemia de un modo racional. Aparecen en mi mente flashes de juegos en el pasillo, planes de entretenimiento para las niñas, diana con pelotas de velcro en el sofá, fotos de pequeñas flores, recetas, comunicación a través de las pantallas, mascarillas, guantes de látex, desinfección, orden en los cajones. El objetivo era sobrevivir y mantener la calma. Tocaba pasar el bache. Tocaba aguantar. Resistir.
Unos lo hicimos. Otros NO.
Y ese NO es el que marcó todo lo demás. El que no me deja analizar y recordar esos meses con racionalidad.
Supongo que podemos aprender la lección. No dar las cosas por garantizadas. Ser conscientes de nuestra propia fragilidad. De lo afortunados que somos, del milagro que es estar aquí, haciendo algo tan sencillo como salir a la calle.
Estar aquí y honrar la vida.
El milagro que es estar aquí.
Y celebrarlo.
PD: Pensar en ese periodo creo que nos cuesta a todos en general. Un tiempo que parece sacado de una película de ciencia ficción. Un tiempo extraño.
A mi también me da mal rollo pensar en la pandemia