Una luz radiante ilumina el paisaje. Ella desliza los dedos por su brazo. Le toca imperceptiblemente con las yemas de los dedos con un movimiento lento, mecánico.
Sus pies se balancean por encima del agua. El mar está tan tranquilo que parece una laguna.
El viento de días anteriores ha dejado brillante el ambiente.
No hay palabras. Tan solo presencia. Silencio.
Andrea mira el horizonte. Serena, con la cabeza apoyada en el poste de madera. Y con la cabeza de Mark en su regazo.
Quizás ambos piensan en todas las ocasiones en que han acudido a ese mismo lugar. Confidencias, risas, anécdotas, incluso un baño desnudos a la luz de la luna.
El mar en calma invita a zambullirse en él. Los reflejos en el horizonte obligan a achinar los ojos. El atardecer impregna de tonos anaranjados y rosados el paisaje. Pasan los minutos. El silencio se mantiene. Un ligero roce de piel, un pequeño paseo de sus yemas por el brazo desnudo.
Andrea inclina la cabeza y le observa. Ve su rostro sereno. Los ojos cerrados, la piel bronceada. Ya no es tan joven como cuando se conocieron. Vivencias y experiencias en forma de pequeños surcos y líneas. Un mapa de historias alrededor de esos ojos en los que se ha sumergido tantas veces.
Con los ojos cerrados parece otra persona. Qué pocas veces han disfrutado de la calma, del silencio. Había momentos en que parecía que había prisa por hacer, por vivir, por aprovechar un tiempo que no les pertenecía.
Andrea recorre su cuerpo con la mirada. Estira un brazo para acariciar su mano. Está caliente. Reconoce esa piel, esos dedos. Es como volver a un lugar conocido, tocar mare, estar en calma, encontrar la paz.
Mark responde y estrecha su mano. Cuando abre los ojos, la ve mirándolo fijamente. Sonríe apenas. Escudriña su rostro en busca de alguna pista. Su mirada se funde con la de Andrea. Emoción, amargura, ternura, nostalgia, complicidad. En una sola mirada.
Mark se incorpora para acercarse a ella. La mira fijamente a los ojos.
—No quiero que hables — se adelanta Andrea—. Sé lo que me vas a decir.
—Debemos irnos.
—No. Podemos quedarnos un rato más—contesta Andrea—. Disfrutemos de este momento un poco más.
—¿Hablas en serio? Eres tú la que impone estas normas. Sabes que debemos irnos.
Andrea gira la cara y contempla el mar dorado.
—¿Qué pasa Andrea? Casi no te reconozco. ¿Por qué estás tan seria?
—No aceptes mis normas. Olvídate de todo lo que dije. Quédate conmigo. Hazme reír.
—¿Que te haga reír? —pregunta Mark con el ceño fruncido.
—Sí. Hazme reír. No me río desde que me dejaste.
Pd. Tocar mare significa volver o estar en un sitio seguro. Es una expresión que usábamos de pequeños para indicar que estábamos a salvo cuando jugábamos a pillar. Tocar mare es estar en casa.
Que estupenda sensación la de "tocar mare". Love it!
Me quedo con ganas de más!!!