En ocasiones sentimos revelaciones instantáneas. Como si un saber desconocido y espontáneo nos visitara de repente y nos revelara una realidad de la que hasta ese momento no habíamos sido conscientes.
Una idea, un pensamiento, que aparece como una luz súbita y viene a desmontar creencias que hemos tenido durante años y que quizás nos han coartado o han limitado de alguna manera nuestra capacidad de acción.
Muchas veces vivimos con certidumbres que dan forma a todo lo que hacemos pero que no son reales. Como esas ideas de yo es que soy antipática o yo no tengo gracia o tengo un cuerpo raro. Ideas que quizás alguien nos ha dicho en algún momento y que nosotras hemos adoptado como verdades supremas, como descripciones de lo que somos. Etiquetas que alguien nos colocó en su día y siguen ahí.
Del mismo modo que hace unas semanas hablaba de la importancia de desacostumbrarnos, creo que es interesante pararse a valorar seriamente lo que somos, lo que tenemos y las personas de las que nos rodeamos. Las cosas que nos decimos sobre nosotras mismas y sobre las personas con las que compartimos nuestro tiempo y nuestra vida.
Porque quizás damos algunas personas, relaciones, amistades o amores por supuestos.
Porque tal vez echamos por tierra muchos de los logros que hemos conseguido sin darnos cuenta. Porque a veces es posible que busquemos un ideal que no nos identifica. Y otras, puede que no valoremos las cosas. Por cotidianas, por sencillas, por tener mantras que nos repetimos una y otra vez y que no nos aportan nada.
Y no valoramos todo lo que hemos conseguido. Todo lo que somos.
Recuerdo que cuando era pequeña estaba acomplejada por mi físico. Sobre los 14 años convencí a mi madre para que me llevara a una clínica que habían puesto cerca de casa. Recuerdo aquella visita que no era muy necesaria. A partir de ahí empecé a comer mejor y, para contrarrestar el uso de mi flamante Vespino, me puse a hacer bicicleta estática en casa como una bellaca (a pocas calles podía salir).
Recuerdo también con exactitud un calificativo sobre mi trasero de alguien de mi familia. De eso hace más años todavía. Es curiosa la importancia que le damos a las cosas que nos dicen los que tenemos más cerca. Esas etiquetas, como decía antes, que alguien nos coloca un buen día y no nos molestamos en cuestionar.
El caso es que años después de aquella consulta y muchos años después de aquel comentario desafortunado, vi un video en el que aparecía bailando en bañador. Y me sorprendí porque no estaba tan mal. Tenía el cuerpo normal de una chica de 13 o 14 años. Y me cuestioné con sorpresa a partir de ese momento todas esas ideas sobre mi cuerpo que había tergiversado a lo largo del tiempo. En mi contra.
Sobre esto tengo que apuntar que hace años no veíamos nuestra cuerpecillo en mil fotos, videos, como hacemos ahora. Nuestra imagen no era algo cotidiano y omnipresente. Y quizás por ello pudo sorprenderme tanto aquella visión.
Muchas veces vemos la vida con unas gafas que ya no nos acoplan, con unos juicios que tal vez ya no nos ayudan, con unas ideas que ya no son las nuestras ni nos representan. Estaría bien sobrevolar lo que tenemos, tomar perspectiva y analizar con generosidad; encontrar esos detalles cotidianos que son demostraciones de amor que pasan desapercibidas, esos pequeños gestos que nos alegran la vida, esos pequeños gozos del día a día. Esas grandes fortalezas, quizás, de las personas que tenemos a nuestro lado.
Y apreciar, y agradecer, y tomar conciencia.
Porque la vida cambia, evoluciona, y nosotras con ella. Porque seguramente lo que pensábamos o queríamos con 14 años no tiene nada que ver con nuestras prioridades o nuestros sueños de ahora.
PD. Respecto a la anécdota del video, admito que ahora mismo me pasa algo parecido pero en sentido contrario. Tengo una imagen en mi cabeza que en muchas ocasiones es tirada por el suelo de un zarpazo por el espejo de un probador.
Pero me salgo y enseguida se me pasa.
Me has recordado mucho a mí. Posiblemente lo que cuentas sea tristemente universal. Las etiquetas de la infancia son difíciles de despegar... y aunque lo hagas siempre queda restos de un pegamento que deja marcas...
¡Es que los espejos de los probadores son mortales! No hay que tenerlos en cuenta, como los ataques gratuitos de más de uno.