La semana pasada os hablaba de lo importante que es el humor, que se puede convertir en el mejor escudo y en la mejor arma para desmontar zascas.
Hace unas semanas he empezado a seguir en Instagram a un grupo de cómicos argentinos. En especial, me gusta una de ellas, Laila Roth. Parte de su espectáculo consiste en preguntar al público situaciones cotidianas que les hace sentir vergüenza. A partir de ahí se entabla un diálogo de lo más curioso.
Curioso y divertido por lo variopinto de las respuestas. Desde vergüenza a levantarse de una reunión o de un lugar concurrido para ir al aseo, reparo por pedir demasiados condimentos en un taco o en un perrito caliente, la incomodidad que supone el hecho de cambiar de pronto de dirección en la calle o el apuro ante la posibilidad de molestar a la persona que conduce el autobús cuando aprietas el botón de parada.
Puede sonar tonto cuando escuchas los motivos de vergüenza que a continuación serán desgranados y analizados con humor pero es realmente curiosa la cantidad de ideas que en muchas ocasiones nos retienen, nos limitan o nos hacen invertir energía y parte de nuestras neuronas.
Yo tengo también algunas de esas. Creo que seguramente todos y todas las tenemos. Antes no podía comer delante de desconocidos. Lo pasaba francamente mal y supongo que mi peor pesadilla era encontrar, tras la comida, el puñetero trozo de lechuga en los incisivos, sin que nadie me hubiera avisado media hora antes.
Tampoco llevo bien a día de hoy hablar a través de las mamparas de los bancos o de la atención al público de la sanidad. Unas mamparas que tras la pandemia, por cierto, han proliferado para mi gozo y devoción. Cuando tengo que hablar a través de ellas, me agacho hacia el agujero, me aúpo de puntillas para hablar por encima… vamos, que no me aclaro. Y supongo que lo peor de todo es que tengo a gente detrás esperando que termine mi despliegue de habilidades.
Sé de personas que sienten vergüenza si tienen que arrancar a correr por la calle para coger un autobús, o porque llegan tarde a un sitio. La razón es que luego se paran y no saben cómo actuar tras haber corrido. Es algo así como cuando te caes en un lugar público. Y tu cuerpo reacciona con tal celeridad para que no se note, para que parezca que no ha pasado nada, que es capaz hasta de omitir el dolor para que no se te vea en la cara.
Nuestra mente divaga, imagina, construye historias, intuye miradas. Lo más tremendo es que nuestro cerebro no distingue la realidad de la ficción. Si le dices que la gente te mira cuando haces alguna de estas acciones, y que además te mira mal, actuará en consecuencia. Generará una respuesta como si fuera totalmente cierto.
Supongo que todo esto pasa porque nos importa, tal vez demasiado, la opinión de las personas a nuestro alrededor. Pero lo más curioso de todo es que quizás esas personas que te ven no le dan ninguna importancia, quizás están lidiando con su propio malestar ante una situación que tal vez tú ni siquiera llegas a ver.
Justo anoche, durante la cena en un restaurante bonito, hablábamos sobre la existencia de personas que tienen una sensibilidad especial que les hace transitar la vida desde un punto un pelín más doloroso que otras más estables, menos erráticas, quizás más cerebrales.
Uno de los objetivos de la vida podría ser, perfectamente, sufrir lo menos posible. O sufrir por aquello que realmente tenga un sentido y una gran importancia en tu vida. Y simplificar al máximo esos banales sufrimientos que entorpecen nuestro día a día.
Creo que, si somos capaces de reírnos, de tomarnos la vida con algo más de ligereza, podremos ir superando estas pequeñas cosas que solo tienen la importancia que nosotras les queramos dar.
Y ahí el sentido del humor juega, de nuevo, un papel fundamental.
¿Tú también tienes ese tipo de pequeñas manías y fobias? Te leo.
Feliz semana.
El humor puede ser un recurso «contra» los demás (hablé sobre el uso de la ironía en ese sentido hace un par de semanas), pero también puede ser una tabla de salvación para sortear los golpes —inevitables— de la realidad.
Me alegro de que hayas hablado (tan bien) sobre ello.
Qué curioso, yo uso la cámara como escudo protector. Sin ella quizá me daría vergüenza el 70% de las cosas que hago cuando interactúo con gente. Tengo mucho que trabajar en ese aspecto.