Hace ya tiempo una psicóloga me recomendó que utilizara el humor para enfrentar alguno de mis conflictos. Humor como escudo para desarmar el más cruel de los zascas, o el más gratuito; porque el fuego amigo muchas veces es el que más duele.
Humor como arma arrojadiza contra la envidia y la mala leche, contra esa persona cortarrollos que invade tu espacio. Reconozco que, aunque entendí la propuesta y el objetivo de la misma, nunca fui capaz de llevarla a la práctica.
Los zascas me seguían alcanzando; los envites continuaban impactando, incapaz de driblar y evitar la estocada. Y mi sentido del humor, chisposo y ocurrente en mi mente, desaparecía por completo o, más bien, ni siquiera hacía acto de presencia.
Últimamente, sin embargo, he podido comprobar el superpoder que implica tener sentido del humor. Del mismo modo que he sentido en mi propio cuerpo la capacidad de la risa de aligerar la realidad, de simplificarla, de endulzarla.
Risa que nos da una tregua y nos hace tomar perspectiva. Risa como antídoto y como vacuna. Ante la mala leche, ante la amargura, ante la mediocridad. Ante lo más soso de cada día. Como despertador, como catalizador. Risa que nos sacude y nos eleva.
Estoy viendo una serie documental titulada Libre para reír, en Amazon Prime. En ella, la comediante Sofía Niño de Rivera dirige talleres de comedia para personas encarceladas en el sistema penitenciario de la Ciudad de México. Un experimento que lleva a estas personas a convertir sus dramas, que no son baladíes, en comedia. Y a trascender la compleja situación que viven y crecer como personas.
No hace falta irnos a dramas tan profundos para sacar provecho a la risa.
Y es que la risa, el humor, nos salvarán. De nosotros mismos; de esa manía de dar demasiada importancia a las cosas; de esa costumbre de extender el drama, de pensar demasiado y preocuparnos muchas veces en lugar de ocuparnos, de poner la centrifugadora en marcha sin ningún propósito. Y sobre todo, sin ningún resultado.
Ya, ya sé que no siempre es posible. Que parece un pensamiento banal en un mundo complejo como el nuestro. Que la ira engancha (esto también me lo dijo la misma psicóloga). Y muchas veces tenemos más ganas de gritar de ira que soltar una carcajada.
Pero tal vez valga la pena tener la risa como asidero, como vía de escape. Incorporarla como hábito, como posibilidad al menos. Como un mecanismo para superar determinados momentos.
Creo firmemente que las familias que se crían entre risas crean un vínculo especial. Aprenden a reírse de sí mismas, más sanas, más fuertes, con un resorte mucho más sensible y propenso a la risa. Risa que nos hace fuertes. Risa que también engancha y deja mejor sensación que la ira.
Y si es con amigas, todavía es mucho mejor. En una de esas quedadas que son liberadoras. Que nos nutren y nos dan vitaminas para días. Si no tienes la oportunidad de quedar con alguien por aquello de las agendas imposibles, busca de vez en cuando recursos en las redes que te arranquen una sonrisa o, mejor, una carcajada.
Porque la risa nos da oxígeno y aligera la mochila.
Reconozco que aunque en corto, el uso del humor a veces no es posible por un envite que te desequilibra, desde la distancia siempre es efectivo.
Yo lo uso mucho. Poner folklore y humor al contar las cosas sana.
Practica el humor contando ese envite y verás como te cura.
Me encanta leerte!
Siempre a favor de la risa. Me quedo con la serie documental que mencionas, me interesa. Muchas gracias.