Ando dispersa. Junio me confunde. Los festivales, celebraciones, finales de curso y planes veraniegos me atontan, me restan frescura, si es que la tengo alguna vez.
Suelo darme de bruces con lo que se supone que debo hacer. Con esa ley no escrita, con ese sentir generalizado de cómo se deben hacer las cosas. Llevo tiempo pensando sobre ello. No descubro nada nuevo pero en esta época en la que todos opinamos, en la que nos hemos erigido en valedores de una opinión absoluta, inamovible y universal, cada vez me sorprende más que alguien quiera hacer algo diferente.
Desviarse del sendero. Escoger su propio camino.
Me pasó con Rafa Nadal (o Rafael, como le llama su tío). La víspera de su partido con Alexander Zverev en Roland Garros, un profesional del tenis comentaba en LinkedIn que no quería verle así. Que era momento de irse. Para dar fuerza a su argumento, comparaba su actitud con la de otros grandes que, a diferencia de Nadal, habían obrado como toca.
Yo no contesté a ese post. Entendí que no era mi campo, aunque ganas no me faltaron. Otros, como Emilio Sánchez Vicario, comentaron que podía ganar ese partido.
Nadal no ganó el partido. Fue eliminado en primera ronda a pesar de algunos destellos que nos recordaron al jugador que hemos visto tantas veces. Como reacción a su juego, comentarios de todo tipo. De incondicionales y también de personas que ya no quieren verle jugar.
No sé si es por mi sentido elevado de la empatía. Por esa manía de ponerme enseguida en el sitio del otro pero yo sigo animando, confiando, apoyando. Nunca he entendido a aquellos que se ponen en contra de la persona a la que siguen cuando está perdiendo un encuentro. ¿Que pierde? Pues muy bien. Es una de las dos posibilidades en cualquier deporte. O ganas o pierdes.
Me llama poderosamente la atención que una persona que lo ha ganado todo, o casi todo, y muchas veces, sienta todavía la pasión suficiente por un deporte como para sacrificarse así, para exponerse a la crítica, para dejarse el físico por llegar a un ritmo que a su cuerpo le cuesta cada vez más alcanzar. Me llama la atención y me admira. Y me da envidia en cierta forma porque eso significa que ama tanto lo que hace que quiere seguir haciéndolo.
¿Que puede haber otras lecturas? Es posible. ¿Que hay que saber cuándo decir adiós? También. Pero cada uno tendrá el derecho de elegir su momento. De decidir cuándo virar, cuándo decir basta. Y si no nos gusta verlo, nadie nos obliga.
Tal vez es un sentimiento de pérdida. Quizás con esas derrotas, perdemos un poco todos. Es posible que nos veamos reflejados sin querer y a millones de años luz pero más mayores, más ajados al fin al cabo. Porque supongo que es más bonito y más placentero ver ganar. Sentirte en el lado del equipo ganador. Sentir esa euforia de la victoria.
Seguro que hay una explicación sociológica, pero aún así me cuesta entender por qué nos sentimos con la potestad de indignarnos porque alguien no hace lo que se supone que hay que hacer.
Creo que hay genios. Seres tan fuertes, tan luminosos, tan especiales, o incluso tan cabezones que abren caminos, nuevas maneras de hacer las cosas. ¿El hecho de que tarde en retirarse va a empañar los tropecientos títulos? ¿Es eso? Si es eso, parece que a él no le importa. Y si no le importa a él, ¿a quién más le incumbe?
PD. Hace falta ser fuerte y auténtico para hacer lo que quieres, sin importarte lo que piensen los demás. Y solo por eso, para mí, ya es mucho.
PD2. Hoy quiero mostraros un pequeño descubrimiento. Es una recopilación de palabras en japonés para las cosas sin nombre de la mano de Alex Pler.
Hanakotoba. El lenguaje de las flores.
La primera foto que ilustra el texto de hoy forma parte de este diccionario. Palabras concretas para emociones o situaciones algo más complejas.
Esas pequeñas perlas de una sensibilidad especial. Por si queréis echarle un vistazo.
Felicidades, me encanta y subscribo totalmente el mensaje. Gracias.
Sean cuales sean sus motivos, no deberíamos saltar tan rápido a juzgar a nadie. Supongo que es un resorte que nos inculcan en esta sociedad, sobre todo a la hora de tratar a personajes públicos. ¿Cómo sería el mundo si no juzgáramos a nadie, si simplemente observásemos con curiosidad y empatía? Los maestros meditadores enseñan que en si estuviéramos exactamente en la totalidad de las circunstancias de otra persona (si fuéramos al 100% esa persona), haríamos lo mismo. Esa es la esencia de no juzgar. Así que solo nos queda pensar qué pasará por dentro de Rafa para llevarle a jugar pese a la edad y la alta probabilidad de derrota. Quién sabe. Me gusta tu interpretación: amor por el juego, pasión, dedicación.