Soy una enamorada de Francia. Sus flores, su vegetación, sus ríos, sus baguettes, sus mujeres con canas al viento, sus villages fleuris, sus rutas en bicicleta, sus brocante, sus carreteras arboladas y esa manera de ensalzar hasta el más mínimo detalle de lo que poseen.
Y dentro de Francia, Bretaña es mi preferida. Este año, para conocer una nueva zona hemos elegido Normandía como el destino de nuestras vacaciones de verano. Una tierra de mañanas lluviosas y tardes de azul brillante, de vegetación exuberante, playas desiertas, acantilados y escenarios de una guerra desde la que no ha pasado tanto tiempo.
Visitamos diversos escenarios del desembarco en la primera etapa del viaje. El primer contacto fueron las baterías de Crisbecq, un entramado de trincheras, fortines y puestos de observación alrededor de cuatro cañones con alcance superior a los 30 kilómetros. Todo ello conectado por túneles subterráneos.
Nos asombra lo alejadas que están de la costa.
Impacta recorrer los pasillos bajo tierra de la batería e intentar imaginar cómo vivían los soldados. Estancias mínimas con literas, habitáculos reservados para la munición o para la enfermería en algo similar a una madriguera fuertemente fortificada.
Mientras recorremos las estancias, observas con tus ojos de hoy esa maquinaria de guerra. Inmisericorde. Brutal. La destrucción en el centro de la vida.

Este año se ha celebrado el 80 aniversario del Día D. Y se nota en el ambiente. Los ayuntamientos lucen banderitas - muchas americanas -, las carreteras muestran en sus postes las fotografías de héroes de la guerra, con nombres y apellidos. Y los letreros rememoran una y otra vez el aniversario del desembarco con frases que apelan a la libertad y homenajean a los caídos.
Así llegamos a otra de las paradas ineludibles -Longues sur Mer- donde es posible visitar 4 casamatas (construcciones blindadas a base de toneladas de acero y hormigón) con 3 cañones alemanes perfectamente conservados. La visita es libre y gratuita. Nos acompañan unas cuantas familias - algunas de ellas españolas-.
Las construcciones se sitúan en un promontorio desde el que se divisa el mar a lo lejos. Leemos en los carteles que desde estos cañones se disparaba a las playas de Omaha y Gold Beach, a unos 20 kilómetros de distancia.
Estas baterías forman parte de la llamada Muralla Atlántica, toda una serie de fortificaciones construidas por las tropas alemanas para repeler el ataque de los aliados. Esta batería en concreto fue sometida a intensos bombardeos aéreos y navales que impidieron su entrada en acción el 6 de junio de 1944. Fue tomada por las tropas británicas al día siguiente.
Durante la visita, puedes asomarte a las estancias angostas de la casamata, donde es inevitable visualizar o imaginar a hombres agazapados esperando un ataque. Con una humedad creciente, en un ambiente frío e inhóspito. Por más que lo intento, no consigo ponerme en el lugar de esos soldados. Ni de un bando ni del otro. No puedo ni intuir lo que es enfrentarte a una muerte segura.
Seguimos paseando por el paraje. La tarde es tranquila. Los niños corretean como pequeños salvajes, conquistando la cúspide de las casamatas tras una carrera, tocando los cañones, imaginando batallas. Las florecillas puntean los laterales de las edificaciones.
En la última de las construcciones, cuando ya nos marchamos, observo a una familia que se ha sentado en la parte más alta para compartir algo de comer. Unos metros más abajo una pareja se hace un selfi mientras un poco más allá unos niños juegan. El ambiente es festivo, de esas tardes lánguidas de vacaciones en las que el tiempo no apremia.
Me sorprende el contraste. La solemnidad que me inspira el lugar. La frivolidad de nuestra actitud. Nuestra distancia.
Mi primera reacción es la de rechazar esa actitud frívola en un lugar que es símbolo y testigo de tanta destrucción y muerte. Se me antoja un choque demasiado abrupto la calidad de vida de aquellos años - la escasez, el frío, la incomodidad, la escasa esperanza de vida, las penurias - con la comodidad de nuestras vidas, con ese pensar que tenemos la paz garantizada, con ese mirar hacia delante sin preocupación, con esa dependencia de la tecnología.
Cuanto más leo sobre los años de ocupación y las batallas que libraron, más me asombro, más me enternece el esfuerzo que hicieron y la apuesta de todos los que perecieron en ella.
O quizás me equivoco y esta despreocupación y esta libertad que hoy gozamos es el mejor homenaje. O algo parecido a ello. Siempre que no olvidemos que las generaciones anteriores han peleado mucho para llevarnos adonde estamos. Que quizás nuestros antepasados han librado cien batallas para lograr lo que ahora tenemos. Y debemos apreciarlo, valorarlo y cuidarlo.
Porque, como decían los carteles que encontrábamos a nuestro paso, la libertad tiene un precio muy alto.
Pd. Hoy me he retrasado en el envío. Os pido mil perdones. Ayer volvimos del viaje. Dos largas jornadas de vuelta de un viaje que nos ha dejado con ganas de más.
PD2. Yo también me he puesto delante de los cañones y de los tanques para hacerme la foto. Cañones convertidos ahora en atracción turística y también como recordatorio de algo que no debe volver a ocurrir.
Un sitio sobrecogedor. 👏🏻👏🏻