Cómo hemos cambiado
El simple hecho de llamar por teléfono ha cambiado de forma radical en pocos años
Hoy hemos visitado un establecimiento especializado en la venta de materiales rescatados de derribos. Un lugar en el que se acumulan miles de objetos, de todas clases y pelajes. Enseres procedentes de mil vidas, con mil historias, esperando poder seguir acumulando años.
A las cientos de puertas, verjas, muebles, sillas, espejos y alacenas se sumaban pequeños artículos expuestos en cestas como en la estantería de un particular museo. Objetos sin más valor material que el de la curiosidad o la nostalgia que parecían mirarnos con cara de lástima para que les diéramos una nueva oportunidad.
Entre ellos había muñecas, cientos de vasos de todas las clases, figuras, recuerdos, máquinas de escribir y teléfonos. De esos que teníamos en casa hace no tantos años y que mucha gente se preguntaría cómo utilizar. Teléfonos que me han hecho recordar cómo era antes comunicarte con una persona que te gustaba por esa vía.
Espero a que mis padres estén en el comedor o en la cocina, con el extractor encendido. Quiero llamar por teléfono y necesito algo de intimidad. Hay dos teléfonos en el piso. Uno en el pasillo. Y otro en la habitación de mis padres.
Estamos en los 90. No hay móviles. Tenemos esos teléfonos grises o color crema con el marcador en forma de rueda y un cable enroscado que nunca es tan largo como el de las películas americanas. En casa, el teléfono del pasillo está situado justo delante de la puerta de mi habitación sobre uno de esos muebles con cajones donde almacenamos libretas del instituto, trastos y revistas.
En ocasiones me siento en el suelo, al lado de la puerta de mi habitación, medio escondida, estirando del cable ensortijado. Hacer una llamada que sea un poco “comprometida” es un acto de valentía. Es hacerlo en casa o bajar a la calle a buscar la cabina telefónica.
El acto de llamar y recibir llamadas era totalmente diferente. Ese no saber quién estaba al otro lado del aparato. Cogíamos la llamada sin escudo, sin haber preparado una posible excusa o una conversación con la otra persona. Ahora parece que tengamos la necesidad de prever toda la conversación o de ensayar posibles alternativas.
Era una llamada a quemarropa. A una casa en la que solía haber otro teléfono de la misma guisa que no solía coger la persona a la que buscabas. Lo hacía su madre o su hermano, que pasaba la llamada mientras vociferaba por la casa. A veces, debías responder a la pregunta: —¿Padre o hijo? Porque llamabas a una casa, a una familia.
Era una llamada que hacíamos totalmente expuestos. No teníamos la posibilidad de un pequeño SMS con un simple, —¿Puedes hablar? como puerta de entrada o permiso para el contacto de ambas voces, para irrumpir en su espacio. Tampoco existía la posibilidad de utilizar un emoticono que expresara con un solo dibujo una emoción, un apuro, un deseo, una disculpa o un estado de ánimo.
Es increíble cómo hemos economizado. Ya no hace falta expresar demasiado. Podríamos comunicarnos con otra persona utilizando gifs (a veces lo hago con mis amigas y las risas están aseguradas) o con emoticonos. Y tendríamos la sensación de que nos hemos entendido.
En aquel tiempo todas las emociones debían ser expresadas si no con palabras, sí con el tono de voz. O a través de una carta si es que la cosa se ponía muy complicada y no te atrevías a mantener esa conversación. Aunque eso ya eran palabras mayores.
Otras personas usaban la técnica de decirle al otro lo que quería escuchar, aunque no lo sintiera. Una solución a corto plazo, que salvaba los trastos por un rato, por un tiempo, pero tenía un recorrido muy corto.
¿Éramos antes más valientes? ¿Más incautos? Sin escudo, sin paraguas, en un tu a tu en el que no siempre salías bien parada. Con silencios que no siempre eran entendidos y que no tenían el comodín de un mensaje posterior para una mejor comprensión de lo ocurrido.
Recuerdo también las veces que llamábamos y no hablábamos. Vamos, que no contestabas. Lo hacías para escuchar la voz del otro, pensando que en ningún momento iba a sospechar que eras tú. También para escuchar un mensaje en un contestador. Y no es que fuera yo como la protagonista de Atracción Fatal. Era algo que entraba dentro de las posibilidades. ¿O es que tú no lo has hecho ninguna vez?
Y es que no había manera de conocer las andanzas de la otra persona si no era alguien realmente cercano a ti. No había redes sociales donde volcar la rutina de cada uno y donde consultar sus movimientos, sus gustos, sus manías. No había imagen que perseguir, ni datos que investigar.
Es extraño pensar en cómo nos manejábamos antes con esos medios. Es raro pensar en cómo ha cambiado la manera de relacionarnos. Parece que hablo de hace mil años, pero no hace tanto tiempo.
Me ha gustado ver uno de esos teléfonos.
Podría marcar en él alguno de los números de aquella época.
Todavía los recuerdo.
Pd. El encontrar cosas que han sido de otras personas siempre me deja un sabor extraño. Por un lado, la curiosidad de conocer su historia. Por otro, el abandono y la espera a que alguien más quiera usarlos.
Si los objetos hablaran, en esos almacenes habría un guirigay nocturno de lo más entretenido.
Es total!!! Eso de la intimidad en las llamadas tremendo. Yo me sé de una que espiaba cogiendo el segundo teléfono, por si acaso era una chavala quien me llamaba... Terrible...
Siiiii (Joaquin),la radio era aliada.Yo era nas pequeña pero mis hermanos adolescentes recibían llamadas del "juego de la radio" pq alguna chica les dedicaba alguna canción q "tendría" su mensaje.