La casa está a oscuras, en silencio.
Son las cinco de la mañana.
El parqué responde con un repiqueteo a la presión de las muletas sobre el suelo. Mi hija va al baño. Cuando termina, se planta en la esquina de la habitación. La intuyo en la oscuridad.
—Me duele mucho.
Contesto algo al aire:
—Lo sé, cariño. Venga, ve a la cama.
Tiene un dolor que persiste, impertinente y molesto. Un dolor que debe controlar, con el que debe convivir unos días, con el que es mejor hacerse amiga. Un absurdo. Lo sé.
En ocasiones, me irrito internamente porque no puedo hacer nada, no le puedo evitar ese trance, y me siento impotente. Ella lo sabe, pero comparte su situación. Como quien echa un cabo desde el barco para acercarse a puerto. Como quien lanza un mensaje en una botella, aun sabiendo que es posible que no llegue a su destino.
Y es que cuando compartes algo se hace más llevadero. Porque ese pequeño cabo significa que no estás sola. Que hay alguien al otro lado.
El cabo lanzado tiene como respuesta un breve masaje, unas pocas palabras de consuelo, un beso, un intenta descansar. Un cabo que funciona también en la dirección inversa y me hace llegar su malestar, su impotencia, su frustración.
Creo que la escucha activa tiene algo que ver con esto. No escuchar para contestar sino para ver lo que la otra persona te quiere transmitir. No escuchar para saltar como un resorte con una acción, con una respuesta, sino para compartir, para estar, para ser testigo de una situación, de una preocupación, de una inquietud.
Me pregunto cuántas veces pasamos por alto esta posibilidad, cuántas veces contestamos incorrecta y atropelladamente al intento de otra persona de hacer más llevadera una preocupación.
Nos entrenamos para obtener resultados, para resolver situaciones y retos, en un mundo cada vez más acelerado. Nos frustramos cuando no está en nuestra mano la solución y perdemos de vista que quizás sí tenemos el poder de aligerar un poco esa situación. Pero ¿somos capaces de parar y atender? ¿Somos capaces de simplemente estar?
Yo ni siquiera lo consigo con las personas más cercanas. Mi cabeza bulle con mil pensamientos y tareas, que son interrumpidos cuando estoy acompañada, en una agenda mental imposible de cumplir.
Y me olvido quizás de lo importante.
En ocasiones me irrito.
Y me siento mal.
Porque, a veces, me gustaría no ser puerto sino boya en el mar.
Y ser ligera. Y flotar libremente.
Como esa botella que lleva un mensaje y navega errante en el mar.
Pd. Llevo unos meses algo intensos. El año se nos echa encima y ya casi estamos en verano, con el final de curso a la vuelta de la esquina. Quizás es momento de flotar y dejarnos llevar.
La verdad es que el tiempo pasa cada vez más deprisa, yo no sé cómo lo hace, pero es cierto que vamos a mil por hora. Esta mañana me he levantado con esa intención, Isabel y lo he estado pensando: flotar, relajarse, escuchar a los demás sin pretender hacer nada más. Eso también es ser productivo porque cada vez somos menos personas y más máquinas.
Qué bonita es esa relación con tu hija. Ella irá descubriendo momentos y tú la irás acompañando. Ese es el regalo más grande que nos regalan al ser madres, no te parece? Poder formar parte de sus vidas. No tengo hijas, (solo chicos ☺️)pero sí muchas hermanas y qué hermoso es poder compartir momentos similares.
Ánimo, Isabel. Queda menos para un descanso y una desconexión merecida.
Un abrazo
Gracias Isabel. Qué identificada me siento. Y qué maravillosamente expresado mi batiburrillo interior.
Con tiempo, esfuerzo, calma... He aprendido a acompañar, a escuchar y estar paraclos demás sin salvar, solo estar.
Para los demás más "lejanos". Uff.. Los cercanos, cercanos... Uff.. Mi batiburrillo son tus palabras. Qué dificil me resulta que no quiera salir la salvadora, de ahí salta la enfadada, enfadada con todos, incluida una misma. La culpa no se pierde una fiesta así.
Me harto a mi misma y si, me gustaría huir lejos, sola... Y vuelta a empezar.
Me calman tus palabras. Gracias