No es habitual que llueva en Valencia. Al menos no una lluvia normal.
Los días plomizos y grises son la excepción. Hasta el punto de que no sabemos convivir con la lluvia. No hemos aprendido a aceptarla y a incluirla en nuestras rutinas. La ciudad entera se bloquea, incómoda, sin saber muy bien cómo responder.
Somos torpes con los paraguas, con los charcos, con el viento que, impertinente, nos llena de gotitas los cristales de las gafas y nos quita cualquier atisbo de glamour al caminar por la calle.
Una lluvia que tiñe de brillos esta ciudad, convertida de pronto en gris.
Una lluvia que no suele ser suave por estos lares. Que es temporal e inundación, incomprendida y exagerada.
Estos párrafos son un extracto de lo que pensaba publicar el próximo domingo. Unos párrafos que escribía justo horas antes de que la DANA descargara toda su furia sobre la provincia de Valencia. Lo escribía sin imaginar que la cantidad de lluvia y el desbordamiento de arroyos y ríos iba a asolar multitud de pueblos de la provincia dejando un reguero de destrucción y desolación a su paso.
Letras vacías. Poco tiene demasiado sentido después de lo que ha ocurrido. Las imágenes nos sobrepasan, los testimonios de las personas que conocemos - porque todos conocemos a alguien que está sufriendo- nos sobrecogen. La ciudad de Valencia se mantiene como en una burbuja, salvada por un cauce que ha evitado un desastre aún mayor.
Mientras intentamos asimilar lo sucedido, asistimos con el corazón encogido al aumento de la cifra de víctimas mortales, intentando ver las maneras de ayudar, de poner nuestro granito de arena ante tal catástrofe.
Mi casa está a tan solo 3 kilómetros de uno de los pueblos arrasados. Y ves esos parajes familiares en videos y reportajes con un decorado dantesco. Y no lo entiendes. Y no te lo puedes creer. Las alertas de Protección Civil suenan en nuestros móviles con un estruendo digno de la guerra de los mundos, mientras los videos de amigos y conocidos llenan nuestros teléfonos.
Tristeza. Incredulidad. Impotencia.
En la ciudad, nuevos actores se deslizan por sus calles. Coches de paisano con la luz de emergencia de la policía en el techo. Camiones de gran tonelaje cargados con traviesas de hormigón para reparar las comunicaciones… Un helicóptero militar acaba de sobrevolar mi edificio. Bomberos, ambulancias, luces azules que titilan abriendo cual Moisés los embotellamientos en las calles. Sirenas por todos lados que se me quedan clavadas en el pecho.
Aire de sirenas.
Ambiente de prisa, de emergencia, de ansiedad. Mensajes de amigos que piden palas, o toallitas. O agua. Videos de calles llenas de barro. Testimonios que te hacen pequeño, que en realidad no quieres oír. Para seguir quizás en tu burbuja, para intentar creer por momentos que lo que ha pasado a tan solo unos kilómetros de tu hogar es irreal.
Botas llenas de barro, cepillos, palas, garrafas de agua. Más sirenas. Más barro.
Los voluntarios se organizan para ayudar. Con más corazón que cabeza muchas veces. A cientos, a miles. Colas de personas se desplazan cargadas con enseres a las zonas afectadas. Para ayudar, para limpiar, para aportar algo de humanidad a una tragedia que nos estremece.
Porque ahora toca arrimar el hombro y ayudar. Aunque sea no molestando. Limpiar, recuperar. Con paciencia, con garra, sin ganas, con resignación, con ayuda, con esperanza, con impotencia.
Como sea.
Pd. Qué difícil es escribir de un suceso como este. Me siento como una impostora porque me he salvado de esto y sin embargo siento un dolor tremendo.
Qué complicado expresar el nudo en el estómago, el miedo en la garganta y la impotencia infinita.
Pd1. Me conmueve que muchas de las personas entrevistadas en medio del fango, escoba en mano, digan como conclusión: estoy bien. Estamos aquí, estamos bien.
Qué dificil expresar tanto dolor. Gracias Isabel.
Me alegro mucho que esteis bien.
Abrazos
Lo ocurrido es tremendo, nos deja sin palabras. Nos trae recuerdos de tiempos pasados que pensamos que no regresarían nunca. Un abrazo